Como
si fuésemos algo inalterable, algo que indiscutiblemente se encuentra estable, creemos que nada puede modificarse, como si estuviésemos en una especie de
cápsula, una caja fuerte, que nos cubre de las acciones de los demás
pretendemos que nada cambie y que nada nos va a cambiar.
Una hoja pasa de estar sin escribirse a llenarse de tinta para luego ser un
bollo y luego terminar deshaciéndose. Una semilla pasa de ser una planta para
después ser un árbol y más tarde un tronco tirado en el suelo. El frío a
templado, y de templado a caluroso. Todo cambia.
El problema es que no lo sabemos reconocer, le tenemos miedo. Cuando uno al fin
encuentra su sitio pretende que este sea así para siempre, y cada arruga en su
cuaderno de la vida causa horror, como si fuese una fobia a la metamorfosis.
Pero imaginate una vida sin sorpresas, sin evolución, sin cambios en nuestra
mente, no tendría sentido.
Cuando querés que nada cambie lo único que hacés es no cambiar tu cerrado
pensamiento.