Ella,
siempre única, siempre lista para lo que se presente, su sonrisa era su arma y sus
labios algo ardiente. Él, mucha
meditación, en cuanto a su vida parecía una canción, sus brazos la protección
de ella y su campera el conejo de la galera.
No tenían mucho y no perdían nada, solo se aventuraban y veían que pasaba.
Creían que la realidad era mejor que cualquier historia de hadas, porque lo de
ellos era verdadero y a cualquier cuento le ganaban.
Se lo tomaron como religión, algo de lo que había que tener razón, no se podía
dudar de su existencia, lo terminaron inculcando como una creencia. Ese primer
beso lo tomaron como el inicio, de ese religioso amor, que se convirtió en un
vicio.